En la economía capitalista mundial, a pesar del crecimiento en la segunda mitad el siglo XX, la cuota de ganancia comenzó a descender, y se acentúo en el último cuarto hasta, reaparecer con la crisis mundial de 2008, así la economía no crece y el empleo es precarizado.

Las causas principales son, por una parte, la sustitución de la fuerza de trabajo por las computadoras y la robotización que redujo proporcionalmente la creación de plusvalía y, por otra, la participación de una masa mayor de capital dinero “creado” por el capital financiero. La emergencia de China como fábrica mundial y su salarios muy bajos no cambió la tendencia.

Una mayor masa de capital y una fuerza de trabajo en menor proporción, hicieron caerla cuota de ganancia. La forma más fácil de contrarrestar la caída de la cuota de ganancia es la reducción del salario directo o indirecto (prestaciones), medida que en México se ha impuesto desde hace treinta y cinco años. Lo ha hecho posible el crecimiento del ejército industrial de reserva (desempleados, eventuales, a prueba y subcontratados con el outsourcing), debido a la “explosión demográfica”, a la incorporación de la mujer al trabajo asalariado y a la explotación y despojo de bienes y derechos.

La contradicción “objetiva” entre las clases se agudiza, en tanto que la contradicción “subjetiva”, la organización consciente dispuesta a la lucha, se ve frenada al sumergirse entre la enajenación mediática, las formas de auto explotación y la presión social de la desocupación.

En el México actual, las expectativas de un cambio de gobierno fueron acompañadas antes que se diera el triunfo electoral de Andrés Manuel por fuertes impulsos a defender derechos básicos destruidos por las reformas estructurales en la educación, la salud, la seguridad social, la energía y la nueva reforma laboral. La mayoría de esas luchas fueron derrotadas y las promesas de cambios crecieron con el actual presidente.

Los aumentos a los salarios mínimos de 2019 y 2020 parecieron abrir la puerta a la recuperación del salario, exigida por los grandes capitalistas para reducir las ventajas mexicanas en la renegociación del comercio con Estados Unidos y Canadá (T-EMEC), e incluso por las patronales locales que ven en el aumento de los salarios mínimos un crecimiento de sus ventas en México.

Pero el país va en sentido contrario a esas esperanzas y sígue la tendencia capitalista: la producción y el empleo caen, principalmente en la industria y la construcción; la inversión privada no crece y la del Estado camina a paso lento; el empleo formal se reduce, muchos trabajadores del sector gobierno han sido despedidos; el gasto del gobierno se reduce ; los salarios y las prestaciones de amplios contingentes al servicio de la SEP, de las universidades, de la salud se dejan de pagar por meses y se amenaza y desmantela a los fondos de retiro sindicale. Ante la caída del empleo formal caen también las cuotas al seguro social, pues la economía informal no paga impuestos, casi tanto como los grandes empresarios no lo han hecho.

El gobierno no aumenta impuestos a las empresas, apenas intenta evitar las evasiones y las excepciones. Así, surgen propuestas tibias como la de Napoleón Gómez Urrutia, de regular las empresas sucontratistas de mano de obra para que paguen impuestos y cuotas al IMSS. Pero ni esto avanza, los compañeros morenistas de ese senador limitan esa reforma, por supuestos daños al empleo y a las empresas que no pagan pestaciones.

Queda como tabla de salvación para las ilusiones aplicar la reforma laboral para la revisión estatutaria, la elección de nuevas directivas sindicales y la obtención de una certificada aceptación de los contratos por la clase trabajadora. Pero aquí reaparece el eslabón de la cadena contra el trabajador colectivo: los estatutos y contratos se revisan desde arriba en congresos manipulados y se impide el paso a la mínima oposición democrática a recuperar la dirección sindical. Lo peor es que muchas de las fracciones que luchan contra los charros, pretenden “reutilizar” para su grupo o fracción las estructuras sindicales antidemocráticas. Es la vieja “táctica” de ganar los comités ejecutivos y creer que eso es democratizar organizaciones convertidas ya en meras correas del poder de patrones, gobiernos y partidos que se disputan el control.

Abajo, la resistencia de los y las trabajadoras realiza actos de defensa contra despidos, de marchas y plantones por el pago de salarios retrasados, por la basificación de personal.

Pero también hay tendencias clasistas que suman a estas acciones una organización más allá de las urgencias económicas y gremialistas. Quieren dignificar el trabajo, unir las luchas en una mutua solidaridad, formar cuadros político sindicales, enfrentar la violencia contra mujeres y jóvenes y ver que la clase trabajadora está más allá de las fronteras del centro de trabajo y del país: en las colonias, comunidades y en el transito migratorio hay una fuerza proletaria, pobre, precarizada, que es parte del potencial para que nazca otro movimiento, el del poder obrero, indígena, campesino y popular de hombres y mujeres libres.